—No. Ese es el problema. Te lo tomaste todo demasiado bien, no es natural. Eso me hace preguntarme qué piensas en realidad.
—Siempre te digo lo que pienso de verdad.
—Lo censuras —me acusó.
—No demasiado.
—Lo suficiente para volverme loco.
—No quieres oírlo —mascullé casi en un susurro.
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—Te lo dije, no te ves a ti misma con ninguna claridad. No te pareces a nadie que haya conocido. Me fascinas.
Le dirigí una mirada de furia, segura de que hablaba en broma. Edward sonrió al descifrar mi expresión.
—Al tener las ventajas que tengo —murmuró mientras se tocaba la frente con discreción—, disfruto de una superior comprensión de la naturaleza humana. Las personas son predecibles, pero tú nunca haces lo que espero. Siempre me pillas desprevenido.
martes, 10 de febrero de 2009
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