miércoles, 18 de febrero de 2009

— ¿Qué? —murmuré, súbitamente distraída.
—Hazlo por mí —insistió.
Sus ojos derritieron toda mi furia. Era imposible luchar con él cuando hacía ese tipo de trampas. Me rendí a regañadientes.
—Bien —contesté con un mohín, incapaz de echar fuego por los ojos con la eficacia deseada—. Me lo tomaré con calma. Pero ya verás —advertí—. En mi caso, la mala suerte se está convirtiendo en un hábito. Seguramente me romperé la otra pierna.


Crespúsculo.

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